El producto por excelencia de la economía de mercado es el beneficio de los inversores. En el capitalismo, la economía no produce lo que la gente necesita sino lo que genera beneficio. El mercado sólo pone en marcha la actividad económica y laboral cuando tiene asegurada la rentabilidad. De esta manera, la producción de los medios de vida de la sociedad (la economía) y la producción y reproducción de la vida misma están sometidas al beneficio privado de las grandes corporaciones empresariales. Esto supone que, cosas que en su naturaleza no son mercancías (como el trabajo, la tierra, el agua, los alimentos, la salud o los cuidados), son obligadas a comportarse como si lo fueran.
Tras el “libre comercio” se oculta una gran violencia social que subordina el valor de uso al valor de cambio, la necesidad al precio, el trabajo al capital, las mujeres a los hombres, la cooperación a la competitividad y la naturaleza a la tecnología. La economía mercantil impone sus condiciones a la política y somete a los pueblos a permanentes catástrofes económicas, sociales, alimentarias, energéticas y climáticas producto de las fuerzas ciegas del mercado. Sin embargo, la irracionalidad y la violencia de la economía de mercado no producen rebelión sino sumisión.
Para explicar esta paradoja, podemos avanzar dos hipótesis. La primera es que, a través del consumo, el capitalismo incorpora a nuestros deseos su lógica individualista de “siempre más” y nos convierte en funcionarios suyos. El mercado no solo produce objetos para las personas, sino también personas para los objetos. Al carecer de vida propia, las mercancías no van solas al mercado, sino que son llevadas por las personas, una vez que hemos depositado nuestra voluntad en ellas.
La segunda se refiere a una izquierda que, traicionando su propia memoria histórica, se ha vuelto capitalista. Al asumir furiosamente principios propios de la derecha como globalización, competitividad, crecimiento, tecnología y estado, abandona la construcción comunitaria de una sociabilidad ordenada y las razones de los de abajo. Utiliza el estado para el control del conflicto social y la democracia como el mecanismo de la reproducción de la desigualdad y el dominio, convirtiéndolos en instrumentos de la gobernabilidad del orden capitalista.
Es momento de plantearnos alternativas claras y prácticas. La primera, que no se trata de tener mucho sino de desear poco, aunque ese poco sea una dignidad mínima para tod@s que se defienda con determinación ante quienes pretendan arrebatarla. La segunda, que la política y la democracia deben servir, no tanto para la ocupación del poder constituido institucional, sino para fijar de hecho –y no sólo de derecho- límites al mercado y organizar el poder constituyente popular que exprese el conflicto social, restituya la dignidad arrebatada y garantice libertad, derechos y justicia para tod@s.
Agustín Morán, CAES. Junio 2019